Por Juan Carlos López Medina
Presidente de la Asociación de Padres de Familia Separados – APFS Nacional
El despacho puede ser un refugio o una trinchera. El abogado de familia, un puente hacia el acuerdo o el arquitecto de una guerra. La diferencia es sutil… pero decisiva.
En los procesos de separación y divorcio, el papel del abogado de familia es fundamental. No solo por su función técnica, sino por el enfoque ético y estratégico que adopta frente al conflicto. La línea que separa la defensa legítima del interés del cliente y la promoción activa de la confrontación judicial es tan fina como peligrosa.
Hoy más que nunca, la abogacía de familia se divide en dos grandes corrientes: los profesionales que fomentan el acuerdo y la corresponsabilidad, y aquellos que —por convicción, comodidad o conveniencia— alimentan el conflicto, judicializan cada detalle y apuestan por una lógica de “ganadores y perdedores” que deja un reguero de daño emocional, económico y legal, especialmente cuando hay hijos de por medio.
La función del abogado en derecho de familia es singular: no defiende a una empresa ni a un acusado penal, sino a una persona en un proceso vital extremadamente vulnerable. Y, a menudo, tiene en sus manos no solo el futuro patrimonial de su cliente, sino el bienestar de menores, la estabilidad emocional de familias, y el tono del conflicto durante años.
1-El abogado conciliador: el constructor de puentes
Este perfil responde a una nueva generación de letrados formados no solo en derecho, sino también en mediación, inteligencia emocional y resolución alternativa de conflictos. Su éxito no se mide en autos favorables, sino en familias que logran estabilizarse tras la tormenta.
2. El abogado beligerante: el estratega del enfrentamiento
Este perfil, lamentablemente aún presente en muchos foros, suele esconderse bajo la coartada de "luchar por el cliente", cuando en realidad impulsa estrategias que alargan procedimientos, disparan los costes, cronifican el dolor y destruyen las posibilidades de un futuro pacífico.
Cuando un profesional del derecho antepone la victoria a la cordura, los daños colaterales son múltiples:
En definitiva, un mal abogado de familia puede arruinar más vidas que una sentencia desfavorable.
El derecho de familia no es un campo de batalla, sino una encrucijada vital.
El abogado que acompaña una separación tiene la llave del daño o de la reconstrucción.
Puede ser el que apaga incendios o el que reparte gasolina.
Por eso, el buen abogado de familia no es quien gana más casos, sino quien deja menos ruinas.
Y en tiempos de fractura, los que construyen puentes serán siempre más necesarios y más valientes que los que excavan trincheras.
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