La nueva desigualdad: ser hombre en España

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Una opinión de Juan Carlos López Medina


En los últimos años, España ha sido testigo de un fenómeno preocupante que muchos han comenzado a denominar el efecto péndulo. Si bien históricamente existieron desigualdades que favorecían al hombre en el ámbito laboral y económico, hoy nos encontramos en el extremo opuesto: una situación en la que ser hombre se está convirtiendo en un lastre social. 


Las políticas de igualdad que deberían haber servido para garantizar los mismos derechos y oportunidades para todos, sin distinción de sexo, han derivado en una serie de medidas discriminatorias que castigan sistemáticamente a los hombres. En nombre de la equidad, se han implementado leyes y normativas que privilegian a la mujer, dejando de lado principios básicos de justicia y meritocracia.


Subvenciones por ser mujer: el último despropósito 


Recientemente, un medio de comunicación publicaba una noticia que ha generado un gran revuelo: el Ministerio de Igualdad está estudiando subvencionar a las mujeres influencers bajo el pretexto de que las redes sociales están dominadas por hombres. La justificación es que las mujeres necesitan apoyo económico para ganar presencia en un sector que, según algunos, está monopolizado por creadores masculinos. 


Esta medida, además de absurda, es profundamente peligrosa. Premiar a alguien económicamente solo por su sexo no es igualdad, sino una forma de discriminación flagrante. La competencia en las redes sociales no depende del género, sino del talento, el esfuerzo y la capacidad de conectar con una audiencia.


Si esta tendencia continúa, podríamos llegar a situaciones en las que se impongan cuotas en cualquier ámbito de la vida: en el arte, en la música, en la literatura o incluso en el deporte. ¿Debemos subvencionar a los hombres para que haya más modelos masculinos en el mundo de la moda? ¿O dar ayudas a los cocineros varones para equilibrar la presencia femenina en la alta cocina? El absurdo de este planteamiento es evidente. 


El peligro de la modificación encubierta de la Constitución 


Ahora que está de moda modificar sin hacerlo de pleno derecho, es altamente probable que el artículo 14 de la Constitución Española quede derogado de facto, sin necesidad de tocarlo en el papel. Este artículo, que establece la igualdad ante la ley sin discriminación por razón de sexo, raza o cualquier otra condición, está siendo pisoteado por unas políticas que, lejos de buscar la justicia, se centran en aplicar una desigualdad institucionalizada.


Es paradójico que las mismas feministas que en su día lucharon por los derechos de la mujer –a las que sí podemos llamar feministas en el sentido real de la palabra– vean ahora cómo su esfuerzo es utilizado para justificar un feminismo radical que actúa en contra de los principios que defendieron. Aquellas mujeres querían igualdad, no privilegios. Pero lo que tenemos hoy es un modelo que favorece descaradamente a un solo grupo, generando una nueva forma de injusticia.


¿Hacia dónde nos dirigimos?


El problema de fondo es que la desigualdad se ha convertido en la norma bajo la falsa bandera del feminismo institucional. No se busca la equidad entre hombres y mujeres, sino una revancha histórica que solo genera división y resentimiento. El discurso de odio hacia el varón, fomentado por determinadas instituciones y amplificado por ciertos sectores mediáticos, está calando en la sociedad de manera alarmante. Se nos acusa de privilegios que no existen y se nos castiga por el simple hecho de haber nacido hombres. 


Si no ponemos freno a esta deriva, el día menos pensado podríamos encontrarnos en una situación en la que los hombres tengan que pedir permiso para trabajar, expresarse o incluso salir a la calle sin ser señalados. Puede sonar exagerado hoy, pero no hay que subestimar la velocidad con la que ciertas ideologías pueden transformar la realidad. 


Es momento de que la sociedad despierte y exija un verdadero compromiso con la igualdad, una igualdad que no se base en subvenciones arbitrarias ni en castigos por razón de sexo, sino en el respeto mutuo y en la justicia para todos.

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